En un mundo lleno de exigencias, tropiezos y desilusiones, un animal puede enseñarnos más de lo que creemos: El gato. ¿Un gato? ¿Lo dices en serio, Steven? ¿Qué pasó contigo, no eres tú el hiper-masculino, macho alfa-sigma de alto valor? ¿Cómo puedes decir eso? Calma, calma. Lo explicaré. Nunca he tenido un gato, no tengo nada contra ellos y tampoco lo tenía a favor, hasta que un día él, ella o ello apareció en mi casa.
Fue una mañana de verano, abrí la puerta y ahí estaba este pequeño animal en mi porche. Era temprano, las seis de la mañana, era la primera vez que lo veía. Me llamaron la atención sus tres colores: Blanco, negro y café-anaranjado. Yacía sobre la superficie, se levantó ligeramente, me vio a los ojos con esa mirada examinadora, como esperando mi siguiente movimiento y se alejó. Digamos que me llamó un poco la atención, ya que en veinte años nunca un gato había amanecido en el exterior de la casa. La escena se repitió un par de veces más esa misma semana.
Le pregunté a una amiga que ama a los animales, aunque tiene una extraña relación con los seres humanos, qué hacer. Me recomendó que le diese de comer y le pusiese agua. Resolví comprar comida para gatos y atún en agua ese mismo fin de semana. El gato apareció en la tarde y le serví el atún. Sentí gratitud al verlo comer. En ese momento, inició una relación que duraría aproximadamente seis meses y que me dejaría al menos un par de lecciones.

Durante este tiempo lo alimenté dos veces al día. Ello se presentaba puntualmente en la mañana y al atardecer. Yo abría la puerta de la casa y ello entraba lentamente con desconfianza, examinando alrededor, siempre atento ante cualquier amenaza. Al principio lo veía comer desde la otra habitación y poco a poco me le fui acercando. Siempre se comportaba del mismo modo: Entraba, comía, la mayoría de las veces tomaba agua, regresaba a la puerta principal, se acicalaba y finalmente se alejaba a otro lugar.
Fue cuando me enseñó valiosas lecciones. La primera es que a un gato silvestre, al igual que al 99.99% de la población humana, uno realmente no le importa un carajo. Un gato no te preguntará cómo estás ni cómo te sientes (obvio, no hablan), tampoco te demostrará ningún tipo de cariño, no da explicaciones, va y viene, no le importa tus sentimientos. Segundo, los gatos son como las mujeres: Un gato es libre, escoge dónde y con quién estar, no te pertenece. Recuerdo que ello se perdió un par de días, empecé a preocuparme, luego lo vi tranquilamente durmiendo en el porche de una casa vecina deshabitada. Un gato no es fiel ni leal, como un perro. Sólo estará contigo si se siente bien y mientras sea así. No puedes tratar de manipular a un gato, ni mostrarte necesitado, tampoco acosarlo. Simplemente no les importa.
Por último, y no menos importante, ello me enseñó a dar sin esperar nada a cambio. No lo niego, durante un corto tiempo guardé la esperanza que ello se restregase a mis piernas, se subiera sobre la laptop o mi ropa, o durmiese a mi lado. Obviamente, nada de eso ocurrió. Luego de googlearlo, aprendí que los gatos son unos de los animales que mejor reflejan algunos aspectos del comportamiento humano. Ello nunca me dio las gracias por la comida, pero eso no evitó que le siguiera compartiendo su alimento dos veces al día. De cierta manera, tocó mi corazón y empecé a ser más consciente con la gente sin hogar, que a veces encontraba. Porque si se había despertado en mí el deseo de ayudar a ello, que carecía de familia y hogar, ¿Con cuánta más razón no había de hacerlo por otro semejante?

Te invito que pruebes alimentar por unos días a un gato de la calle, no doméstico, y aprendas de él. Si eres hombre, te invito que lo hagas con una hembra. Te garantizo que tu vida no será igual. No tienes que quedarte con el gato ni adoptarlo, sólo has el experimento. ¡Exito! Nota: En otra ocasión les compartiré la ocasión en la cual mi relación entre ello ello y yo se vio amenazada, luego que mi vecina odia-humanos (y ahora, odia-gatos) explotara de furia al ver a ello comiendo en el porche. Pero eso es otra historia. Y le llamo ello porque nunca alcancé a ver sus… Bueno, ustedes ya saben qué.
Inteligente y sarcástico, con un toque de obstinación estratégica. Observador nato, a veces tan perspicaz que asusta. Amante del café y el chocolate.
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